Beatriz Calvo, terminata l’esperienza da borsista del progetto Quale Barocco?, racconta per Barocca-mente la sua ricerca, dove Seicento e Novecento si intrecciano, sullo sfondo dei grandi avvenimenti politici e della crescita delle riflessioni nell’ambito dei musei.
Por qué estudiar la fortuna de sus comisiones durante el siglo XX
Aunque ya había explorado en mi tesis la fortuna de las pinturas de Monterrey, únicamente pude abarcar hasta el siglo XIX.
El siglo XX, un siglo tan complejo como convulso, quedaba sin estudio en cuanto a las novedades y ejemplos pictóricos que Monterrey había traído a España, desde Italia, tras diez años como embajador de Roma primero y virrey de Nápoles, después.
La beca de la Fondazione 1563, dentro del programa de Alti Studi sull’Età e la Cultura del Barocco, suponía la oportunidad de profundizar en el papel que desempeñaron las pinturas del conde en el proceso de revalorización del barroco italiano en España y las diferentes consideraciones que, durante el siglo, las corrientes críticas hegemónicas, ligadas a la política, tuvieron sobre ejemplos tan importantes de la evolución de la pintura napolitana, como fueron algunas obras de Massimo Stanzione o Giovanni Lanfranco.
Dos espacios, dos consideraciones
Aunque la colección personal del conde de Monterrey se dispersó de forma temprana, hoy podemos seguir admirando muchas de sus comisiones artísticas, que se conservan, fundamentalmente, en el Museo del Prado y el convento de agustinas recoletas de Salamanca.
Eso nos daba el marco ideal para estudiar la diferente consideración o fortuna que obras de los mismos autores habían podido tener en un espacio laico y público, en comparación con uno religioso y privado.
Durante la dictadura franquista (1939-1975), contraria a la fiebre revalorizadora que se vivía en Europa respecto al Seicento y Setecento, y afectada por su propia fiebre nacionalista, se puso el foco de atención en el patrimonio religioso español que, en casos como el que nos atañe, incluían excelentes ejemplos de un barroco italiano que debían valorarse junto a los conjuntos conventuales del país.
Convento de agustinas recoletas de Salamanca
Por el contrario, durante la primera mitad del siglo, las obras de los mismos artistas, solo que conservadas en el Museo del Prado, habían sido decididamente ignoradas durante décadas por autores como Eugenio D´Ors, Elisabeth du Guy Trapier o Albert Calvert. Como ellos, tantos otros describieron el museo y sus obras, a excepción de las barrocas italianas, de modo que cualquiera pensaría que la colección de pintura del Seicento y Settecento, simplemente, no existía dentro de sus muros. Las pocas voces que se alzaron de forma temprana para llamar la atención sobre las obras, como aquellas de Elías Tormo o Hermann Voss, fueron, la mayoría de las veces, poco tomadas en consideración, más allá de simples cuestiones de catalogación para los catálogos del museo.
Jusepe de Ribera, Inmaculada Concepción, Iglesia de la Purísima Concepción de Salamanca
Un estudio museográfico
A comienzos de siglo el Museo del Prado comenzará una serie de planes y reformas que igualaran crítica y museografía, de modo que las políticas museológicas y expositivas empezaran a plasmaban de forma fidedigna las diversas consideraciones de sus propias colecciones de pinturas.
En un interesante recorrido por las disposiciones que sufrieron y gozaron las obras de Monterrey, conseguimos reconstruir en 3D la museografía de 1976 gracias a las fotografías históricas conservadas en el archivo del museo. El estudio evidenciaba la diferente fortuna de las obras de José de Ribera que, aunque estilísticamente, pertenecían a la escuela napolitana, gozaron siempre de una localización mucho más justa que las demás, aunque no tan justa como la de sus santos y mártires, que encajaban mucho mejor con la manida imagen de Ribera como pintor de torturas y otros horrores religiosos, a la que historiadores como Nicola Spinosa habían contribuido tanto a difundir hasta fechas muy tardías.
Obras que, en realidad, debían ser ejemplo de superación de ese lenguaje.
Una superación para la que la Inmaculada Concepción del convento de agustinas recoletas de Salamanca, fue uno de los ejemplos principales que contribuyeron a una imagen más justa de la producción del español.
30 años de atención
En el último tercio de siglo España se une a la corriente de revalorización del Seicento con hitos expositivos importantes.
Ejemplo de ello fue la muestra de 1970, Pintura italiana del XVII en España, para la que se recuperaron comisiones del conde como Gladiadores en un banquete, de Giovanni Lanfranco, o la celebrada en 1984 Pintura napolitana de Caravaggio a Giordano, ya con una revalorización tan consolidada, que quedaba reflejada en la museografía del Prado, de modo que muchas de las pinturas de Monterrey no solo bajaron desde la última planta hasta la planta principal, sino que formaron parte, en la década siguiente, de un proyecto que nunca se llevó a cabo y que pretendía aumentar el valor de aquellas obras que habían sido pensadas para la decoración del palacio del Buen Retiro, entre las que las comisionadas por el conde de Monterrey adquirían un gran peso y protagonismo, junto con las realizadas por Peter Paul Rubens para la Torre de la Parada.
Lanfranco, Gladiadores en un banquete, Madrid, Museo Nacional del Prado
A pesar de un final de siglo aparentemente tan positivo para las colecciones que nos atañen, algunas obras del interior del convento continúan si estudio. Si para algo deseaba que sirviera esta investigación no era sólo para hacer justicia sobre el impacto de las obras que comisionó el conde de Monterrey a lo largo de los siglos, sino también para llamar la atención sobre las carencias que deben solventarse y que algunas becas, como la de la Fondazione 1563, pueden ayudar a resolver.